¿De verdad tiene que haber tensión en mi relato?
¿Por qué tiene que haber conflicto en mi novela?
Puede que alguna vez te hayas hecho estas preguntas.
Sobre todo si has mostrado tu relato o tu novela a un editor y te ha dicho que se aburre leyendo tu historia porque “no pasa absolutamente nada”.
¿Cómo que no pasa nada?, le habrás dicho.
Mira, aquí pasa tal y cual.
Como respuesta habrás recibido probablemente un largo discurso de esa persona sobre la necesidad de “el conflicto” y “la tensión” en una historia.
Al fin y al cabo, si lees sobre técnicas de escritura, instrumentos para crear una novela y las teorías dramáticas siempre se recalca lo importante que es que “pase algo” en tu novela o en tu relato. Algo que mantenga al lector interesado en el siguiente párrafo hasta llegar al final de tu historia.
Yo personalmente sí creo que es bueno que “pase algo” en tu novela o relato, aunque no siempre he pensado así.
Recuerdo haber leído mucho sobre la sed humana de historias en las que “pase algo”, haya un conflicto o cierta tensión, pero de un modo u otro yo antes me colocaba más en el punto de vista de la persona creadora.
Es decir, si CREO algo que para mí tiene sentido, aunque no “pase nada”, debería servir igual.
Para eso, no hay más que echar un vistazo a la pintura contemporánea, a la danza y las miles de representaciones que no siguen una dramaturgia lineal. Quizás no “pasa nada”, pero consiguen igualmente un “efecto” en la persona receptora.
Al menos a mí, me suelen impactar.
Mi perspectiva cambió cuando tuve a mi hija.
De repente empecé a tragarme toda la agenda cultural para niños de Ámsterdam y me convertí además en una cuentacuentos de categoría pues practicaba todas las noches hasta que Lara cerraba los ojitos.
Los domingos solíamos ir a las representaciones de danza de Makiko, una japonesa que sabe de verdad cómo meterse en el bolsillo a los más peques con danza, colores y música.
A primera vista, parece como que en sus representaciones “no pasa nada”. Es como un gran caos de gente bailando con vestidos coloridos y músicos tocando melodías disonantes.
Sin embargo, si te fijas bien, Makiko sabe plantar una semilla de tensión en el principio. Por ejemplo, recuerdo una de las últimas sesiones.
Makiko salió al escenario con un casco de astronauta puesto.
Se lo quitó y se sentó encima.
Llegó una persona vestida de conejo e intentó quitárselo.
A partir de ahí, empezó la música, la danza y los colores. Pero sutilmente todo giraba en torno al casco de astronauta que todos deseaban.
Y me di cuenta de que eso era lo que mantenía a Lara enganchada hasta el final de la obra:
¿Quién se quedará con el casco de astronauta?
Cuando le contaba mis historias inventadas por la noche antes de dormir, yo solía necesitar algo de tiempo para ir entrando en la historia, pero Lara comenzaba ya a preguntar desde el minuto uno:
Y entonces ¿qué pasó?.
Le respondía lo que estaba pasando.
Sí, sí, pero ¿qué pasó?
Vamos, que tenía que entrar en acción un lobo, una bruja, o algo similar porque si no, para ella todavía no había comenzado la historia. Era como si “no pasara nada”
Así que en un momento dado me pregunté:
Si mi hija nunca ha leído en su vida sobre la tensión, el conflicto, la dramaturgia, ¿por qué tiene desde el principio esa sed de historias con tensión, drama, conflicto? ¿Antes incluso de que yo le hubiera leído por primera vez un cuento?
¿Será cierto eso de que tu sed de historias “en las que pase algo” es innata?
Bueno, poco a poco me estoy convenciendo de que, por alguna razón que a mí se me escapa, pero que los estudiosos la saben, esto es así.
Recuerdo como si fuera ayer el momento en el que me reuní por primera vez con la redactora de mi editorial que había seleccionado mi manuscrito.
Nos encontramos en un café muy chic llamado Eersteklas en la Estación Central de Amsterdam. Mientras caminaba entre la gente con prisa del Andén número 1, iba pensando en el gran paso que iba a dar una vez entrará en ese café con mis vaqueros ajados y mi camisa del mercadillo del Waterlooplein.
Una semana antes me había llamado la redactora, para comentarme que estaba impresionada con el manuscrito que yo les había mandado. Aquella llamada me pilló saliendo del supermercado y lo dejé todo en el suelo para estar segura de que oía bien lo que estaba escuchando.
Era cierto.
Una semana después, sentada en los sillones de cuero del café Eersteklas, la redactora me dijo que la historia les encantaba, pero que sería una buena idea cambiar el orden cronológico de la historia, porque si no, lo daba todo desde el principio y luego parecía QUE NO PASABA NADA.
Imagínate mi cara.
Resulta que yo había contado la historia de delante hacia atrás. Es decir, cronológicamente retrocediendo en el tiempo. Lo había hecho conscientemente y me sentía orgullosa de “mi originalidad”.
Mi mentor literario ya me había comentado con mucho tacto, pues sabía lo testaruda que soy, que “por qué no considerar lo de cambiar el orden cronológico y ponerlo lineal”.
Yo me había negado rotundamente, claro.
Y de nuevo, delante de la redactora empecé a poner todo tipo de PEROS y a justificar mi elección.
Supongo que esta debe de ser una situación común con escritores noveles, porque ella me dijo algo que me dio qué pensar.
Tu primera vez mejor hacerlo lineal, que luego ya tendrás tiempo de experimentar.
Así que como ella era la segunda persona que me lo decía y ella no conocía a mi mentor que también me lo había dicho, pensé: si dos personas entendidas me hacen esta sugerencia y no se conocen entre sí, quizás merece la pena hacer la prueba a contar mi historia en orden cronológico. Si no me gusta como queda, siempre la puedo volver a cambiar.
Y lo hice y me gustó.
Pero lo mejor es que me puse en la piel del lector y entendí por qué en la otra versión lo daba todo desde el principio de modo que ya NO PASABA NADA para el lector. No había razón para seguir leyendo.
Ahora cuando visito un museo de arte moderno, siempre me gusta ver las obras de los pintores en sus inicios.
Siempre descubro que antes de crear esas imágenes abstractas que tanto me impactan pero que no tienen nada de lógica, también pasaron por una fase inicial de hacer retratos y paisajes como “dios manda”.
Y, tú ¿has recibido alguna vez el comentario sobre tu historia de que “no pasa nada”? ¿De que «no hay conflicto»? ¿De que «no hay tensión»? ¿Cómo te lo has tomado?
Y, ¿de qué modo has intentado solucionarlo?
¿Te ayuda eso de hacerte la pregunta “quién se quedará al final con el casco de astronauta?
¿Me lo cuentas en los comentarios aquí abajo?
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